viernes

Welcome home

Ayer un yonki se me encaró en Carmelitas. Nada grave. Rozó mi maleta como si tuviese la más mínima posibilidad de robarla y yo, que de chula tengo lo que él de inepto, le invité a resolver el asunto a hostias. Antes de que me diese cuenta se acercó la gorda de su mujer y se pusieron a bailar una jota a mi alrededor.
Cerquita, pero sin tocar.

Tras agotar su limitado repertorio de balbuceos primitivos, enseñarme sus botas de goma, su cara de cerdo-de cerca y su espuma rabiosa, y en previsión de que no se divertirían mucho más con alguien que los miraba 3 metros por encima y sin abrir la boca, se fueron relamiéndose entre ellos.

Y allí me quedé, clavada al suelo por las Converse - que ellos llamaron de payaso pero cuya existencia vale más que la suya -
y con la sensación de 'casi me cago, pero no'.
Cosas del nervio, oiga, que a veces lo saco a paseo.